Como parte de mi trabajo tuve la oportunidad de entrevistar a un líder indígena, específicamente de la alcaldía auxiliar de un municipio del altiplano guatemalteco. Él es de maneras discretas, tímidas y silenciosas, pero con una enorme sonrisa de maíz a flor de labios. Por experiencias anteriores sabía que tenía que ser cauto al momento de hacer la aproximación y por eso le solicité su permiso para entrevistarlo. Me respondió: “si mis palabras te sirven te las doy”.

Escrito por: Rubén Mejía

Me pareció una frase/respuesta poderosa en su sencillez y pulcritud. Me hizo depositario/receptor de sus ideas y pensamientos, un intangible valioso en su esencia. Luego de este episodio he reflexionado mucho respecto a la enorme responsabilidad que tenemos cuando utilizamos esta técnica con fines antropológicos, periodísticos, testimoniales o de investigación social. En ocasiones no nos damos cuenta que quien concede una entrevista nos está dando el gran poder de utilizar sus palabras, que se basan en su conocimiento, su experiencia de vida o sus sentimientos.

También me hizo pensar en el enorme poder de comunicar que tiene lo simple. Una palabra precisa, dicha en el momento preciso y de la forma adecuada, puede comunicar más que una disertación académica utilizando un lenguaje técnico, muchas veces incomprensible. Ese es el misterio y el poder de las palabras bien utilizadas, pueden convencer, conmover, movilizar, hacer reflexionar, enriquecer, enojar o construir. En alguna medida somos las palabras que nos habitan.

En los tiempos actuales se percibe cierto desprecio por la palabra y el lenguaje. Nos ha costado mucho como civilización construir el lenguaje, pero en término de pocos años lo hemos convertido en “ruido”. Muchos responsabilizan a la tecnología y a las redes sociales de esta situación, cuando éstas en realidad son herramientas a nuestra disposición. Pero la responsabilidad de construir mensajes poderosos y con contenido es nuestra. Responsabilizar a la tecnología y a las redes es como culpar a los automóviles por los miles de accidentes que hay alrededor del mundo, olvidando que nosotros somos los conductores.

Ahora más que nunca estamos, como sociedad, necesitados de la palabra sincera y honesta que comunique, sin tapujos y sin florituras. Una palabra que podamos entregar al otro a sabiendas que será útil. Como diría Tito Monterroso: “la palabra mágica”.