La publicidad es un oficio apasionante. Combina a la perfección los recursos de la comunicación persuasiva con las estrategias empresariales en función de un objetivo manifiesto: incidir en las conductas de los individuos para activar sus comportamientos de compra y consumo en favor de la marca que la suscribe.
La incidencia en la conducta no es asunto que dependa del azar. En esencia depende de que tan bien el publicista conozca a la población objetivo, en cuanto a sus deseos, expectativas, opiniones, sueños, ilusiones, miedos, temores y creencias, entre otras cosas, así como de las habilidades creativas que posea para encontrar, crear y articular los estímulos que sirvan para desencadenar las emociones que conecten la necesidad de los individuos que conforman el mercado objetivo con la satisfacción funcional y/o emocional que le provee la marca publicitada.
Todo el mundo coincide en que “la publicidad que funciona es la buena publicidad”, pero la pregunta es ¿cómo se hace para que la publicidad sea buena y por consiguiente funcione?
No existe una respuesta mágica como tampoco alguna receta. Sin embargo, la publicidad juzgada como buena, y por lo mismo efectiva, suele ser aquella cuya creatividad considera: i) el sistema de valores de la sociedad; ii) la escogencia de uno de esos valores y su asociatividad con la marca; y iii) un relato relevante, atractivo y muy bien contado de la asociatividad del valor con la marca.
Si usted es un creador de contenidos de publicidad o es quien los aprueba, y piensa que lo que está exponiendo en los medios y plataformas no está dando los resultados esperados, le invito a mezclar los puntos antes descritos. Pruebe y verá.